Los romanos reservaban la incineración a sus muertos, no la inhumación; tal vez por eso imaginaban una tristeza sombría en el Averno, sin color, energía ni amor. Los etruscos, en cambio, hacían de la muerte algo delicioso y hasta deseable. Sus cámaras sepulcrales, de colores vivos y adornadas con escenas alegres, proporcionaban, en palabras de D. H. Lawrence, «una rara e intensa placidez». En estas páginas, Nicanor Gómez Villegas adopta este concepto de sepulcros para deleitarnos con breves digresiones narrativas que dan cuenta de sus visitas a cementerios, criptas y otro tipo de tumbas con el pretexto de reflexionar sobre la muerte, el amor, los sueños, el arte, el paisaje, la guerra y siempre la historia y la literatura.
En Sepulcros etruscos. Un viaje por la Toscana, su autor nos conduce a los lugares donde se originaron ciudades y cayeron dinastías, nos relata las historias que esconden lápidas y tumbas, y nos hace detener ante ellas para interrogarnos sobre la vida de los hombres que allí yacen —Friedrich Nietzsche, Lord Byron, Percy B. Shelley, William Butler Yeats, entre otros—. Así, estos sepulcros, última morada de otras vidas, nos llevan indefectiblemente a meditar sobre nuestra propia existencia.
Contemplar los sepulcros suele despertar en mí un profundo rechazo a la ilusión de inmortalidad del alma. La belleza desgarradora de algunos cementerios me reconcilia con la muerte.
NICANOR GÓMEZ VILLEGAS